Ayudar Viendo a los Ojos

PAMELA MEDINA
PAMELA MEDINA

Leslie Sirvent

Les cuento que para mi, han sido más de una, pero en estos párrafos les quiero contar de la que me ha marcado muy profundo. La verdad es que hasta hace unos meses, estaba contenta con la idea de que era una persona a la que le gusta ayudar. No es algo que le contaba a todo el mundo, pero cada mes (y desde hace varios años) dono un monto mensual a dos organizaciones sin fines de lucro, que trabajan muy duro para luchar contra algunas de las injusticias de nuestro mundo. Cada mes, el dinero desaparece de mi cuenta y me llega un correo con informes y fotos de lo que está ayudando a generar mi donación. Eso me hacía sentir bien.

La prueba llegó hace unos meses. Después de haber estado encerrados por varias semanas, se empezó a rumorar que en el pueblito en el que vivo (bastante lejos; en la Patagonia Chilena), había varias personas de edad que la estaban pasando mal y que muchas de ellas tenían escases de alimentos. Y súmale que estamos en el fin del mundo y en pleno invierno! con nieve, hielo y toda la cosa. Y para colmo, según los locales, es uno de los inviernos más fríos que se ha visto en años. 

En México (mi tierra natal) lo que hacía yo normalmente cuando había terremotos o desastres naturales, era ayudar! Ir al Súper, comprar unos buenos kilos de frijoles, papel de baño, harina y jabón y llevarlos al centro de acopio más cercano, para que lleguen a las manos de los que lo necesitan. 

Esta vez, me tocó diferente. Resulta que unas personas armaron otro plan. Se juntaron, fueron al Súper, compraron y cocinaron. Cocinaron un montón de comida sana y nutritiva y se dieron a la chamba de ubicar a las personas que más la necesitaran, para hacérselas llegar. El plan se enfocaría principalmente en adultos mayores que en su mayoría viven solos y que para muchos, cocinarse solitos es todo un reto. 

Así terminé tocando la puerta de mi primera casa para entregar. Honestamente, estaba un poco nerviosa. ¿Qué tengo que decirle? ¿Qué NO tengo que decirle?¿Qué tal que se siente mal?, medio insultado o con miedo o qué se yo!. En resumen, puro pretexto revolviendo mi cabeza. Al final, toqué y me abrió un señor con ojos de paz. Primero no entendía lo que estaba ofreciéndole, pero después de explicarle un poquito más, se alegró un montón y me recibió la comida encantado, lleno de agradecimientos. Fue súper fácil. Nada de miedo ni humillación ni nada. Simple gratitud.  

Así siguieron abriéndose esas puertas y entendí que esos miedos estaban sólo en mí. Algunas miradas fueron de sorpresa. otras de extrañeza, pero varias, la mayoría, fueron de una gratitud profunda, casi como de incredulidad.  Pasó una semana y volvimos a tocar las mismas puertas y esta vez, las miradas fueron de alegría, de gusto. A la tercer semana, se volvieron conocidas, aliviadas, reconfortantes. 

Y fue ahí cuando algo empezó a cambiar. Se abrió la conversación y la confianza entre personas. Varios nos contaron sus situaciones y hemos podido hacer más; llevarles leña para su calefacción, más víveres, o simplemente compañía. Siento que para varios, el hecho de saber que hay otras personas que están interesadas en ellos es reconfortante. Saber que no están del todo solos. 

Poder dar viendo a los ojos para mí ha sido una prueba enorme. Tener contacto directo con personas, iguales a mí, que sienten, que temen, que anhelan, que necesitan. Regalarles un poco de mi tiempo y apoyo ha sido una experiencia hermosa. 

Aún creo que donar dinero es importante. Es necesario en este mundo veloz en el que vivimos, pero ahora veo que no me puedo quedar ahí. Siempre puedo hacer más y aún mejor, algo en vivo y a todo color. Se siente diferente, se vive diferente. 

Se me ocurre que podemos tocarle la puerta al vecino y preguntarle si necesita algo. Ó mejor aún, podemos cocinar algo rico, tocarle la puerta, verlo a los ojos y regalárselo sin preguntarle. Te aseguro que lo va a agradecer. 

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